Leo, es como una droga. Cada día necesito mi dosis: antes de dormir, al despertar, con la siesta... Generalmente lo hago en la cama aunque siempre hay un buen lugar para que se reproduzca esa magia: unas cosas negras encima de algo blanco que, unidas, crean otras cosas que te hacen estar en habitaciones que no son tuyas, pensar como alguien que no eres tú, llorar por lo que nunca has hecho.
Cuando empecé este libro le dije a mi madre: "Mamá, pásame otro, este no me gusta. Es muy seco. Y, además, cuenta cosas muy tristes".
Pero seguí leyendo. Y me empapé de su prosa desnuda, sin adornos. De sus verdades crujientes. De la historia que va cambiando y deshaciéndose y volviendo a cambiar.
Dureza en dosis largas. Pero dosis sublimes.Más sobre la autora:
www.elpais.com/articulo/semana/interesa/literatura/elpepuculbab/20070224elpbabese_1/Tes
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