La Civilización es la violencia domeñada, la victoria siempre inconclusa sobre la agresividad del primate. [...] La maravilla de mi segundo nacimiento había abonado en mí el terreno del dominio de toda pulsión; puesto que la escuela me había hecho nacer, le debía lealtad y me avine pues a las intenciones de mis educadores convirtiéndome dócilmente en un ser civilizado. De hecho, cuando la victoria sobre la agresividad del primate se apodera de esas armas prodigiosas que son los libros y las palabras, la empresa es sencilla, y así es como me convertí en un alma educada que extraía de los signos escritos la fuerza de resistir a su propia naturaleza.
[...] Abro el sobre y leo esta notita escrita en el reverso de una tarjeta de visita tan gélida que la tinta, triunfando sobre cualquier pedazo consternado de papel secante, se ha corrido ligeramente debajo de cada letra.
Señora Michel, ¿podría usted, recibir y firmar en mi nombre la ropa que manden del tinte esta tarde? Esta noche pasaré por la portería para recogerla. Gracias de antemano, Firma garabateada.
No me esperaba tanta hipocresía en el ataque. De estupefacción me dejo caer sobre la silla más próxima. Me pregunto de hecho si no estaré un poco loca. ¿Les produce a ustedes el mismo efecto cuando les ocurre?
Consideren lo siguiente: El gato duerme.
¿La lectura de esta frasecita anodina no ha despertado en ustedes ningún sentimiento de dolor, ningún arranque de sufrimiento? Es legítimo.
Consideren ahora en cambio: El gato, duerme.
Repito, para despejar toda: sombra de ambigüedad: El gato coma duerme. El gato, duerme.
Podría usted, recibir y firmar en mi nombre. Por un lado tenemos ese prodigioso empleo de la coma que, tomándose libertades con la lengua porque no suele ocurrir que se separe el complemento de objeto directo del verbo que lo rige, magnifica la forma de la oración:
Me hicieron, por la guerra y por la paz, tantos reproches... Y, por otro, estos borrones sobre papel vitela de Sabine Pallieres que clavan en la frase una coma convertida en puñal.
¿Podría usted, recibir y firmar en mi nombre la ropa que manden del tinte esta tarde?
[...] Los favores del destino tienen un precio. Para quien se beneficia de las indulgencias de la vida, la obligación de rigor en la consideración de la belleza no es negociable. La lengua, esta riqueza del hombre, y sus reglas, esta elaboración de la comunidad social, son obras sagradas. Que evolucionen con el tiempo, se transformen, se olviden y renazcan mientras, a veces, su transgresión se convierte en fuente de una mayor fecundidad no altera en nada el hecho de que para tomarse con ellas el derecho al juego y al cambio antes hay que haberles declarado pleno sometimiento. Los elegidos de la sociedad, aquellos a los que el hado exceptúa de esas servidumbres que son el sino del hombre pobre, tienen por ello la doble misión de venerar y respetar el esplendor de la lengua. Por último, que una Sabine Pallieres haga mal uso de la puntuación es una blasfemia tanto más grave cuanto que, al mismo tiempo, poetas soberbios nacidos en hediondos carromatos o en chabolas nauseabundas tienen por la Belleza la santa reverencia que le es debida.
A los ricos, el deber de lo Bello. Si no, merecen morir.
Entonces, en este punto preciso de mis reflexiones indignadas, alguien llama a mi puerta.
Uno de los capítulos de La elegancia del erizo (la lectura que me anda flipando últimamente gracias a la Chini que me dejó este libro hace un par de semanas para salvarme del horror de 1 hora de viaje en metro. Al final, se convirtió un maravilloso momento de lectura en movimiento :)
1 comentario:
Una de tantas lecturas que tengo pendiente... Leí muy buenas críticas y compruebo que con razón. Creo que leeríamos mucho más si los precios de los libros fuesen (un poco) más asequibles.
Te dejo un beso.
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