lunes, 8 de febrero de 2010

Muñoz Molina y el Presidente Mao

También este finde y en el Babelia, leí un artículo de Muñoz Molina que se titulaba "Larga vida al presidente Mao". Lo empecé a leer porque ahora estoy enfrascada en la lectura de La noche de los tiempos y me encanta cómo escribe. No me defraudó en este mordaz artículo sobre cómo el paso del tiempo (¿y la madurez?) hace que veamos las cosas de muy distinta manera.

[Copiado desde http://www.elpais.com/]


Pekín, 12 de septiembre de 1976: ciudadanos chinos pasan ante el cadáver de Mao (1893-1976), fallecido tres días antes.- FRANCE PRESSE (XINHUA)



ANTONIO MUÑOZ MOLINA IDA Y VUELTA

Larga vida al presidente Mao

ANTONIO MUÑOZ MOLINA 06/02/2010
Cuando yo llegué a estudiar a Madrid, en el enero sombrío de 1974, Engels, Lenin y Mao Zedong ocupaban los escaparates de todas las librerías. Franco estaba vivo y decrépito con algunas penas de muerte todavía por firmar, y a los sindicalistas y a los estudiantes rebeldes la Brigada Político Social les hacían orinar sangre en las comisarías, pero el panorama editorial, por esas singularidades de una época que sólo quedan en el recuerdo de quienes las han vivido, estaba dominado por un aluvión de libros revolucionarios, con los retratos barbudos de Marx y Engels en las portadas, con obreros soviéticos y guardias rojos chinos, con el rictus asiático de la cara de Lenin y la carota pepona de Mao que parecía el más cool de todos, igual que lo más moderno parecía ser apuntarse a algún partido comunista prochino. [...] Nosotros teníamos un dictador de mano temblona y vocecilla aflautada que rezaba el rosario todas las tardes junto a su señora en una mesa camilla del palacio del Pardo. Mucho más admirable nos parecía a muchos jóvenes antifranquistas el distinguido Mao, que vivía en la Ciudad Prohibida de Pekín -otro nombre de época- y escribía tratados filosóficos y breves poemas de exotismo entre oriental y revolucionario, y era autor además de aquel pequeño Libro Rojo de máximas antiimperialistas que algunos llevaban como un breviario en los bolsillos de las trencas sacándolo a veces con reverencia para recitar una muestra destilada de sabiduría: Los imperialistas son tigres de papel.
[...]
Mientras lo más pijo del mundo universitario de Occidente se afiliaba a la moda prochina, en el mundo real millones de vidas eran arruinadas, se demolían tesoros del pasado y se quemaban bibliotecas, se escarnecía y se torturaba y se asesinaba a quienes no eran del agrado de los guardias rojos, todo ello en virtud de un mandamiento nihilista del viejo dictador, al que habían enloquecido demasiados años de poder absoluto hasta un extremo que poco a poco se ha ido filtrando a los relatos de los historiadores. Mao era uno de esos viejos terribles que alientan un fanatismo de destrucción que para ellos es una revancha contra su mortalidad. Si ellos van a acabarse es inaceptable que el mundo no se hunda con ellos: lanzan a la barbarie y a la muerte a sus seguidores más jóvenes para vengarse de su juventud intoxicándola de sacrificio. Para justificar la abolición de los rastros del pasado alegaba poéticamente que una hoja recién impresa de papel en blanco no tiene imperfecciones y por eso las más hermosas palabras pueden escribirse sobre ella. Por las noches le llevaban a la cama a mujeres cada vez más jóvenes para las que era un honor recibir de él una enfermedad venérea. Sus asistentes anotaban con reverencia en los registros de palacio sus horas diarias de sueño y la frecuencia y calidad de sus movimientos de vientre. Larga vida al presidente Mao.
El Archivo Municipal de Beijing, cuenta The New York Times, acaba de hacer públicos 16 volúmenes de documentos sobre los años de la Revolución Cultural, y aunque están muy censurados, dan una idea de lo que sucedía en China al mismo tiempo que nosotros fantaseábamos sobre aquel presunto paraíso terrenal. [...]
CHINA
Capital: Pekín.
Gobierno: República comunista.
Población: 1,330,044,544 (est. 2008)


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