El 12 de Octubre de 2010 bajé a ver los fuegos artificiales que cerraban las Fiestas del Pilar en mi barrio (del Pilar). Bajé con Otis para pasear con ella un rato antes de que comenzaran. Fue impactante su miedo al comenzar la traca. Sólo quería irse de allí, lo más lejos posible en dirección contraria. Ni siquiera abrazándola conseguía superar su instinto más ancestral: algo que hace mucho ruido no puede ser bueno. Nos miraba, a nosotros los animales humanos, como si estuviéramos locos: "¡pero qué hacéis ahí quiétos, huid, huid!"
Por un momento, al alejarme con ella a la espesura de unos árboles, cobijadas por la oscuridad, pensé en si viviéramos una guerra como la que viven muchas gentes en este preciso instante. En cómo Otis saldría huyendo y puede que no volviera a verla nunca más. En cómo yo no miraría al cielo para verlo piqueteado de colores sino que, imagino, miraría al suelo, deseando que pasara ya el bombardeo.
Ser conscientes de la felicidad y el bienestar, de la fortuna en la que vivimos (a pesar de todos los pequeños azoramientos que podemos sentir en un sólo día), me parece algo indispensable para, en un primer lugar, sentirnos bien en cada circustancia nosotros los que podemos (y no quejarnos sin más y aprovechar las inmensas posibilidades que nos han tocado por un juego del azar). En otro lugar, mucho más humano, creo, para hermanarnos con los que no tienen nuestra suerte.
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